Todo el mundo sabe que los alimentos que ya han pasado por el congelador, una vez los sacamos y se descongelan, hay que consumirlos inmediatamente. Es una enseñanza que nos llega de boca en boca, y que es indiscutible para todo el mundo. Lo que en pocas ocasiones se nos explica es el porqué.
Intentaré solucionar la duda, para quienes la tengan.
El frío extremo impide que se multipliquen los microorganismos, responsables de la descomposición de los alimentos. Una vez congelamos un producto, podemos conservarlo en buen estado durante mucho más tiempo que si lo tuviéramos al aire libre o en la nevera. El agua que contienen los alimentos, se convierte en hielo, un medio no viable para que las bacterias puedan proliferar.
Sin embargo, al descongelar, ese hielo vuelve a ser agua, y los microorganismos se multiplican a toda velocidad, una vez encuentran el medio apropiado. Si volvemos a someter ese mismo alimento al proceso de congelación, esta segunda vez, estaremos guardando un producto cargado de bacterias, y ya no será seguro su consumo, porque al descongelarlo nuevamente, se volverán a multiplicar rápidamente los microorganismos.
Sin embargo, si descongelamos un alimento y lo cocinamos, sí se puede volver a congelar. Esto es así, porque las altas temperaturas también destruyen las bacterias, con lo cual, estaríamos congelando un producto limpio de microorganismos.
Además de esto, los alimentos que son sometidos a cambios en la cadena de frío más de una vez, pierden propiedades nutricionales, y sufren alteraciones en la textura, que los hacen menos adecuados para su consumo.
Prácticamente, podemos congelar cualquier cosa, pero hay determinados alimentos a los que la congelación no favorece, por ejemplo, la fruta fresca o los alimentos grasos.
En el primer caso, debemos tener en cuenta que las frutas tienen un alto contenido de agua. El agua, a temperaturas bajo cero, se convierte en hielo, aumenta de tamaño y altera la textura de la fruta, en la mayoría de los casos, reblandeciendo la pulpa, hasta el punto de no resultar después agradable para ser consumida al natural. Una opción es congelar las frutas para después usarlas en batidos, mermeladas o salsas. De esta manera, no notaremos el cambio.
En el caso de los alimentos grasos, el motivo es porque la congelación frena el proceso de multiplicación de microorganismos, pero no es capaz de impedir que las grasas se pongan rancias. De este modo, pasado un tiempo, aunque consigamos conservarlos en condiciones óptimas de consumo, su sabor y aroma serán desagradables.
El congelador es, sin duda, una de las mejores opciones en cuanto a conservación de alimentos. Solo debemos seguir unas pequeñas pautas para optimizar su uso, dependiendo del producto que queramos congelar, y así conseguiremos sacarle el máximo rendimiento.
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