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lunes, 22 de octubre de 2018

Un mosaico en la mesa.


Nunca he querido hacer las cosas de la forma que se hacen habitualmente. Me gusta crear, en todos los aspectos de la vida. Ser original, a día de hoy, es bastante difícil, puesto que hay mucha gente en el mundo, y ya está prácticamente todo inventado. Sin embargo, para mí, lo más satisfactorio sigue siendo hacer las cosas a mi manera. Por supuesto que cojo ideas de otros, pero normalmente intento adoptar solamente eso: la idea.
Últimamente se ha puesto muy de moda el reciclaje, hay miles de páginas en internet, que nos muestran cómo dar una segunda vida a muchos objetos que, hasta hace poco, considerábamos que no valían para nada. Y yo me he subido de un salto al carro de crear cosas nuevas a partir de objetos viejos. Mis motivos son, imagino, los mismos que mueven a tanta gente a reciclar. Primero, tengo conciencia de que el medio ambiente está ya bastante dañado como para seguir azotándolo con residuos, y segundo, el arsenal de materiales que puedo obtener de lo que antes se consideraba casi todo basura.
Teníamos una mesa antigua, de esas que tienen las patas de hierro y un tablero de aglomerado encima. Supongo que alguna vez tuvo un segundo tablero que cubría esa estructura, pero yo la encontré así.
Las mesas de madera me gustan, pero para mí, las de hierro son otro nivel. Así que, cuando la vi, supe seguro que la iba a utilizar para algo. Me gusta tener mesas por todas partes, uno nunca sabe donde va a tener que pasar un buen rato, tomando un refresco o un aperitivo. Y justamente en la cocina no tenía ninguna.
Me intentaron convencer de que no me complicara la vida, que le pusiera un mantel y un cristal. Pero no. Esa mesa era una materia prima maravillosa sobre la que pasar un buen rato creando algo nuevo, y de la que tendría que obtener algo que me durase mucho tiempo.


Y se me ocurrió hacer un mosaico con azulejos encima del tablero. Nunca fui muy buena con el dibujo lineal, de manera que pensé ir colocándolos según se me antojase, pero me di cuenta de que la madera tenía un pequeño agujerito que marcaba el centro, y ese sí que era un buen punto de partida para poder hacer algo geométrico, sin tener que tomar demasiadas medidas.
Con un compás y una regla hice un diseño sencillo. No tenía muchos colores de azulejos para elegir, así que las zonas a rellenar debían ser más o menos grandes.
Después fui partiendo azulejos en trocitos pequeños, y los fui pegando sobre el dibujo con masilla de montaje.




 Como no soy muy disciplinada que digamos, iba cambiando de color a medida que me iba cansando, pero yo sabía por dónde llevaba el tajo. Y como me puse a hacerlo en fin de semana, se apuntaron a ayudar unos cuantos, a los que interesó la manualidad. Niños y adultos, participaron de la tarea, resultándoles tan divertida, que alguno pensó hacer algo parecido más adelante. En realidad, es como hacer un puzle. Y los puzles me encantan, así que no paré hasta que no lo vi terminado.
Y, una vez colocadas todas las piezas, había que unirlas. Compramos en la tienda de materiales de construcción, una especie de cemento negro que se usa para unir las juntas de azulejos. Es algo más resistente que el cemento, y mucho más negro. Mi cuñada nos enseñó como hacerlo, ella fue la que nos aconsejó el producto. Mi hermana tomó la espátula, y disfrutó tanto de la tarea de rellenar las juntas, que no dejó que nadie se acercase.
Una vez estuvo casi seco, pasamos un trozo de esparto para eliminar el sobrante. Y así fue cómo quedó la mesa al final.

 La luz de la foto hace que no se distingan bien los colores, pero en las anteriores sí se ve más o menos bien. Mi mesa de cocina quedó preciosa, al menos, para mi gusto. Y bastante útil. Se limpia muy fácilmente, es resistente al calor y a la humedad, y si acaso alguna vez se partiera una pieza, quedaría bastante disimulada.

Una forma económica y divertida de entretenerse, y un paso más para tener un hogar personalizado y a nuestro gusto.




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