El año pasado cogí aceitunas del olivo que las tenía menos arrugadas, para intentar endulzarlas y echarlas en aliño. Nunca hasta entonces había hecho nada parecido, y quise experimentar. La materia prima era un poco deprimente, debido a que las escasas lluvias nos habían dejado un panorama bastante devastador.
Puse bastante empeño y al final el resultado fue bueno, al menos para tratarse de la primera vez...
Pero esta temporada, ya los árboles han notado el invierno de agua que tuvimos y, por suerte, la cosecha promete ser bastante mejor que la anterior.
Hoy parecía ser el día bueno para recoger las aceitunas que íbamos a utilizar para comer. Es la época del verdeo. Este término también lo he aprendido aquí, se llama así a la recogida de frutos verdes para usar en encurtidos. Debe ser ahora, cuando la oliva ha alcanzado ya su mayor tamaño, pero aún no ha tomado el color oscuro que tiene cuando se recoge madura, para hacer aceite.
Mis suegros me han enseñado hoy a distinguir los olivos de la variedad hojiblanca del manzanillo. Me han dicho que cogiese de ahí las que necesitara, y cuando me disponía a ir a por mi maravilloso cubo azul, el que desde el año pasado se convirtió oficialmente en "el cubo de las aceitunas", me presentaron al olivo más bonito que había visto nunca: el manzanillo aloreño.
Ha sido un amor a primera vista. Yo me he enamorado de esas aceitunas redondas, algunas de un verde tan claro que torna en amarillo vainilla, y otras, con un rubor rojizo por la incipiente madurez. Y ese manzanillo divino, al solo roce de mis dedos, me regalaba sus frutos sin ofrecer resistencia.
Relajarse cogiendo aceitunas parece una contradicción, pero no lo es. Todo depende de la actitud, y yo hoy he disfrutado tanto de la tarea, bajo ese sol templado de la tarde de octubre, que en ese momento no había nada que me pudiera incomodar.
Al llegar a casa, comencé a machacarlas con lo primero que tenía a mano, un rodillo de cocina, que probablemente, después de esta tarea, quede inutilizado para otras. Me ha sorprendido la facilidad con la que se puede sacar el hueso, así que decidí que este año comeremos aceitunas deshuesadas.
Para que suelten el sabor amargo, deberán de estar unos días en remojo, teniendo en cuenta que hay que cambiar el agua todos los días. Es más fácil endulzarlas, que así se llama a esta faena, cuando están rajadas o machacadas, por estar el fruto abierto.
Habrá que ir probándolas hasta que estén en el punto de sabor en el que ya se les pueda poner el aliño. Dicen que cuando ya el amargor deje de ser muy fuerte, es el momento, pero yo prefiero esperar a que apenas se note. Cuestión de gustos.
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