Mi idea era empezar a acondicionar el arriate de aromáticas. Compré una macetita de perejil, y otra de cilantro, y el fin de semana pensaba buscarles un sitio adecuado, para ir rellenando ese espacio poco a poco. La tarea no duró más de unos minutos, porque se trataba solamente de hacer un huequecito en la tierra y acomodar allí mis nuevas plantitas. Pero cuando terminamos, con ganas aún de seguir haciendo cosas, me apoyé en la balaustrada que separa el porche del campo, y descubrí allí un trozo de tierra sin uso. Tenía una forma rectangular y alambrada alrededor. Se me ocurrió hacer allí un jardín, un sitio bonito, que alegrase la entrada de la casa.
El presupuesto para jardines estaba escaso, pero ese no es un problema cuando hay imaginación. Yo sabía que podía quedar bien, tan solo quitando las hierbas secas, y algunos objetos que se habían ido acumulando allí, por ser una zona a la que, hasta entonces, no se había dado utilidad.
Después de limpiar todo, comenzamos a buscar piedras de un tamaño mediano, teniendo en cuenta que fuesen todas más o menos parejas, y fuimos colocándolas una detrás de otra, para delimitar distintas áreas. No teníamos un proyecto determinado, más bien fuimos aportando ideas y desarrollándolas sobre la marcha.
Algunas plantas se podían aprovechar. Había una higuera grande, un jazmín, un rosal, un aligustre enorme, un boj, un lilo y tres yucas pequeñitas. Las yucas estaban situadas en distintos lugares, y pensamos agruparlas en un mismo sitio, de manera que resaltaran más. Las demás plantas las dejamos donde estaban. Las rodeamos con tejas, haciendo como pequeños arriates circulares.
El espacio era muy grande para tan pocas plantas, así que decidimos dar una vuelta por los alrededores, para intentar completar un poco. Encontré una planta de aloe vera en un macetero de plástico, y me pareció buena. También cogimos un montón de uña de gato que había en el arriate de las aromáticas. Y como todavía sobraba mucho sitio, pensamos que se podía completar con geranios. Había muchos geranios por todas partes. Es la planta preferida de Miguel (mi suegro), así que le cogimos "prestados" unos cuantos, y con eso terminamos de rellenar nuestro jardín.
Al delimitar las distintas zonas, dejamos una explanada libre, con la idea de poder colocar ahí una mesa y sillas, y quedaron definidos los caminos de entrada al jardín y de acceso a la casa. Estaba claro que hacía falta poner un suelo ahí. Y, una vez más, tuvimos que echar a andar la imaginación, para no tener que gastar una fortuna en azulejos para un suelo tan grande.
Pensé en hacer un mosaico con todos los restos de azulejos que había guardados. Que toda la familia pertenezca al gremio de la construcción, y que tengan sitio suficiente para almacenar materiales sobrantes, me ayudó bastante a la hora de conseguir cosas que reciclar. El problema era que cada tanda de azulejos tenía un color o diseño totalmente diferentes, pero eso dejó de ser un inconveniente cuando les dimos la vuelta. Por detrás, eran todos color barro. Distintos tonos, pero todos combinaban bien, y además, evitábamos que el suelo resbalase. Así que cogimos el martillo y fuimos rompiéndolos en tres o cuatro trozos cada uno. Como un mosaico.
Desde luego que no fue un trabajo fácil, ni rápido, pero lo disfrutamos al máximo, viendo el resultado que íbamos obteniendo. Y lo mejor de todo: un gasto mínimo, apenas unos sacos de cemento y arena para hacer la mezcla con la que fijar los azulejos al suelo.
Con este resultado, ya hemos podido disfrutar mucho de nuestro jardín, pero aún seguimos trabajando en él, para terminar detalles que lo hagan aún más bonito.
La vida nos enseña que, muchas veces, el dinero no es la única manera de conseguir las cosas.
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