Las gallinas han sido mi debilidad desde siempre. Reconozco que son animales bastante independientes, y a veces no ofrecen todo el cariño que uno necesitaría... pero uno no puede controlar sus impulsos, y a mi me tiran las gallinas.
Evidentemente, no podía poner un gallinero en un piso, aunque ya de pequeña intenté varias veces criar pollitos, pero se me morían. Yo no sé para qué demonios los pintan de colores. Yo no quería un pollo rosa muerto, quería un pollo amarillo vivo.
El caso es que, llegar al campo, y empezar a fantasear con la idea de tener mis propias gallinitas, fue todo uno. Y llegaron las primeras. Cinco pollitas hermosas, que aunque aún no ponían huevos, estaban a punto de empezar.
Les preparé el corral con todo lo que ellas podían necesitar. Un ponedero bien mullidito, para que estuvieran bien calentitas y a gusto para poner huevos. Se hicieron esperar, casi un mes más, pero al final, arrancaron a poner, y me llenaban la cestita todos los días.
Los huevos de gallina campera no tienen nada que ver con los que se compran en el supermercado. La yema es de un color mucho más intenso, del amarillo al naranja, según la alimentación que se les dé. Y la textura también es diferente, como más densa. En cuanto a sabor, ya es otra historia... Siempre fui una "ovoadicta", pero desde que probé estos huevos, aún lo soy más.
Las gallinas, como todos los animales, se comportan según a lo que estén acostumbradas. Son asustadizas, por lo que me costó bastante acercarme a ellas al principio, pero en pocos días ya había conseguido que se dejasen acariciar, y en menos de un mes, ellas mismas venían a mí, y se agachaban para que les diese sus buenos días. Hay que tener paciencia, pero al final terminan dejándose coger en brazos y todo.
Mi siguiente expectativa era conseguir que mis gallinitas se pusieran a incubar, y poder seguir de cerca el proceso. Soñaba con poder tener pollitos nuevos, nacidos de los huevos que ellas ponían, pero poco más tarde me enteré de que mi sueño iba a ser difícil de alcanzar. El primer inconveniente era que no tenía gallo. Nunca va a salir un pollito de un huevo de una gallina que no ha sido pisada. Eso ya lo sabía yo de antes...
La buena noticia era que mi suegra sí tenía gallo, y sus gallinas ponían huevos pisados.
Me informaron de que a las gallinas no les importa mucho si son o no suyos los huevos que incuban. O sea, que mi esperanza volvió a ponerse en verde.
A base de preguntar e indagar sobre el tema, me enteré de que las gallinas no incuban a lo loco. Tienen un tiempo específico para ponerse cluecas, que suele ser en los meses de primavera, y algunas veces, en verano.
Pensé entonces que la primavera traería consigo la realización de mis deseos de tener pollitos, pero una vez más, recibí un sartenazo emocional. Resulta que hay un montón de razas de gallinas, y las ponedoras, que son las que yo tengo, no sirven para sacar pollitos. Vamos, que la posibilidad de que una se pusiera clueca, era la misma que la de que me tocase el gordo de la primitiva.
Dejé aparcada la idea de criar pollitos, al menos por el momento, hasta poder tener una gallina que sí valiese para incubar.
Hasta que un día, en pleno mes de agosto, llegué al gallinero y me encontré esto:
Una de mis gallinas ponedoras se había puesto clueca. Busqué en internet y en todas partes decía que las ponedoras no incuban. Pero la mía estaba incubando. Tuve que pedir huevos pisados, para sustituirlos por los que había elegido ella para incubar, cosa que no fue fácil. La gallina no estaba para bromas. Tocarle los huevos y freirte a picotazos era todo uno. Pero al final, entre unos cuantos, conseguimos darle el cambiazo.
El periodo de incubación de la gallina dura exactamente veintiún días. La gallina se coloca sobre los huevos, y se queda quieta. Apenas se levanta unos minutos para comer, beber agua, y hacer sus necesidades, y vuelve a ponerse sobre ellos, para evitar que se enfríen. La temperatura de su cuerpo aumenta, y su actividad baja. Poco a poco, se va viendo como merma la cresta, e incluso el volumen del propio animal. Su dedicación es exclusiva a conseguir sacar con vida al máximo número de pollitos.
Es importante que la gallina se encuentre tranquila y apartada del resto. Las demás pueden interferir en el proceso, llegando en ocasiones a picotearla, o subirse encima para poner sus propios huevos, al estar acostumbradas al sitio de siempre.
Separamos a la clueca en un corral aparte, pusimos pienso y agua para ella muy cerquita de donde estaba incubando, para que no tuviese que levantarse para comer. Y cada día, íbamos a visitarla, para ver cómo estaba. Hay veces que se les pasa la fiebre y abandonan los huevos, pero si esto no ha ocurrido en los primeros días, suelen continuar hasta el final.
Cuando llegó el día veintiuno yo estaba como un flan. Fui al gallinero, pensando que a lo mejor no era tan exacto el día en el que nacerían los pollitos, pero mi sorpresa fue encontrarme ya tres piquitos asomando por debajo de la clueca.
Eran tres pollillos preciosos, muy pequeñitos. Y uno de cada color. Había uno completamente blanco, otro totalmente negro, y uno marrón.
Busqué en mil páginas de internet, cómo se podía averiguar el sexo que tenían, pero en ninguna pude obtener nada claro.
Leí que había pruebas caseras para intentar averiguarlo, como por ejemplo, mirarles las alitas al trasluz, y comprobar si tenían una fila de plumas más corta que otra. Otra prueba, un tanto salvaje para mi gusto, era cogerlos del pico y dejarlos colgando. Si pataleaban decía que eran hembras. Claro...
No estuve segura de ninguna de esas pruebas. Pasaron los meses y de pronto, de un día para otro, encontré un gallo en mi corral.
Un gallo blanco, hermoso, que ya empezaba a entonar su famoso "kikiriki". Me pareció increíble ver el cambio tan impresionante y tan rápido. Las otras dos, menos espigadas, más voluminosas, y mucho más parecidas a las que ya tenía. Eran gallinas.
Las gallinas pueden llegar a poner hasta un huevo diario. Hay épocas, como el otoño y el invierno, en las que la producción disminuye bastante, llegando a ser de menos de la mitad. Pero en el caso de gallinas jóvenes, sanas y bien alimentadas, es un placer comprobar que todas ponen casi a diario.
Me regalaron tres gallinitas inglesas. Esas sí son muy propensas a ponerse cluecas. Son mucho más pequeñas que las ponedoras, y también, al menos las mías, mucho más desconfiadas. Los huevos que ponen son casi la mitad de pequeños, y de una forma muy alargada, pero igualmente sabrosos. Ellas también criaron sus pollitos al año siguiente.
En cuanto a la alimentación de mis gallinas, les suelo dar pienso especial para ponedoras. Pero eso no es lo único que ellas comen. Les encanta cuando llego y empiezo a esparcir granos enteros de maíz y trigo por el suelo del patio que tienen en el gallinero. Es muy bueno hacerlo así, por varios motivos. El primero, es que las gallinas se tienen que mover para buscar los granos, cosa que es muy beneficiosa para su estado de salud, y la calidad de los huevos que ponen, el segundo, que las gallinas deben comer directamente del suelo, porque en la tierra hay muchos minerales que ellas aprovechan para su desarrollo. Además, los granos enteros les sirven para ayudar a triturar el alimento en el estómago. El maíz, y sobre todo el trigo, aportan a la yema su característico color amarillo, y le dan un sabor inigualable.
Es bueno que las gallinas tengan también una zona verde por donde moverse. Les gusta escarbar entre las hierbas, picotearlas, y buscar bichitos en el suelo, que también les sirven de alimento.
Y además, son excelentes para reciclar. Todas las cáscaras de verdura, las cabezas de los pimientos, los culos de tomate, y el pan duro, los aparto a diario para llevárselos a ellas.
El pan duro remojado es su plato favorito, y si además, se le mezcla un poco de pienso, ya se vuelven locas.
A esa mezcla le llaman afrecho por aquí. En el diccionario aparece esta palabra haciendo referencia a la harina que resulta de las cáscaras del cereal molido, pero aquí, el afrecho es pan mojado mezclado con pienso...
Una cosa que me ha llamado la atención es el color de los huevos. Nunca hasta ahora supe por qué había huevos blancos y huevos morenos. A lo mejor resulta que soy la única que no sabía eso, pero bueno, por si alguien no lo sabe... las gallinas blancas ponen huevos blancos, y las gallinas marrones ponen los huevos morenos. Ahora, ¿De qué color son los huevos de las gallinas negras? Pues no son marrones, como casi todo el mundo puede pensar. Son casi blancos. De un color beige grisáceo, muy clarito.
Otra cosa bastante interesante acerca de los huevos de las gallinas camperas, es que es muy poco probable que puedan tener salmonella. Esto es, porque cuando están en jaulas, tienen un espacio tan reducido, que los huevos terminan mojados y cubiertos de heces. De este modo, es mucho más fácil que se contaminen con la bacteria. En cambio, si los animales están sueltos, es menos probable que hagan sus necesidades en los espacios destinados a poner sus huevos. Un huevo mojado hace que la cáscara se vuelva permeable y deje paso a cualquier tipo de bacteria, por eso, es aconsejable no lavarlos hasta el mismo momento en que se vayan a consumir, y conservarlos retirados de cualquier fuente de humedad.
No diréis que no es apasionante el mundo de las gallinas... y lo que me queda por aprender de ellas.